Etiquetas

martes, 15 de octubre de 2019

La Antropología del Dr. Tomás Pablo Paschero


El pensamiento de Paschero no sólo deviene de los autores clásicos en Homeopatía (Hahnemann, Kent, Allen, Hering, Roberts, Grimmer, etc.), sino que también presenta una marcada influencia del neoplatonismo y también, como veremos, de la corriente filosófica llamada Filosofía de la vida (Dilthey, Bergson); esta circunstancia hace que su concepción teórica fuera de espíritu netamente hahnemanniano, pero también de suma originalidad.  
Este trabajo pretende ser una introducción acerca de la antropología que sustentaba, y que en algunas oportunidades fuera mal interpretada, confundiéndose aspectos esenciales de la misma.  
Tal el caso de uno de sus discípulos, el Dr. Alfonso Masi Elizalde, quien ha sostenido  una de las interpretaciones erróneas, criticando a Paschero como sostenedor de una falsa concepción panteísta (1).
Como veremos, Paschero defendía un panvitalismo de doble aspecto: físico y metafísico, que se aleja de postular la presencia directa de Dios en todas las cosas, como pretende una postura panteísta. 
Para profundizar el pensamiento de Paschero, se debe recurrir al libro Homeopatía (2), del mismo Paschero, y a los  Diálogos con Tomás Pablo Paschero (3), de Marcelo Candegabe. Las citas que se realizarán son extraídas de ambas fuentes. 
Comenzaré realizando una Introducción (1.), para pasar luego a detallar la idea vitalista de Paschero (2.), su concepto acerca de la enfermedad (3.) y de la salud (4.),  y en las conclusiones (5.) mi visión sobre la aplicación del mensaje de Paschero en nuestros días.


1. INTRODUCCIÓN 
Paschero pensaba que una verdadera medicina es aquella que se fundamenta en la comprensión del hombre enfermo, lo que es imposible sin tener una concepción integral de éste, ya sea en enfermedad como en salud.
La medicina no puede ser biológica sino antropológica, ya que la antropología es la biología humana, vale decir, biología integrada por los elementos somáticos, psíquicos y espirituales que componen al hombre: el cuerpo, el alma y el espíritu (4).
Es así como el médico debe asumir un conocimiento implícito, que no es el habitual en su preparación médica
Más que fisiólogo y psicólogo el médico debe ser, por excelencia irrecusable, un antropólogo capaz de comprender los factores del pathos humano (5).
El hecho irrecusable es que frente a la enfermedad crónica el médico enfrenta a la evidencia de que lo que enferma es el hombre en su unidad cosmo-socio-psico-biológica, es decir como un ente que padece un conflicto de inadaptación al medio cosmo-social en que vive y expresa  tal conflicto en el multiforme lenguaje de los órganos. El hombre enfermo es un caso particular y es necesario comprender por qué se enferma y qué significado ontológico tiene la enfermedad (6).
Paschero pensaba que el médico que no tenga un acceso antropológico a su enfermo, no puede curarlo en profundidad y corre peligro de agravar su proceso vital, suprimiendo las manifestaciones dinámicas de 
un movimiento acorde con una ley universal, como luego veremos. 
Tener un acceso antropológico no significa saber de Antropología filosófica (lo que, por supuesto, sería ideal), sino ejercer el acto médico conforme a la comprensión del paciente bajo lo que se denomina su 
naturaleza humana. 
Y dentro de la Medicina, el verdadero camino hacia este tipo de comprensión lo recorre la Homeopatía, que considera aspectos esenciales del hombre que no son abordados por otra rama médica.
la medicina homeopática se pone en contacto con el aspecto esencial del proceso de adaptación a la realidad o realización personal que éste debe cumplir y se erige entonces en una verdadera medicina antropológica, vale decir, en una medicina de la persona (7).
Para que la Homeopatía cumpla con su auténtico designio hahnemanniano debe plegarse a este sentido antropológico que aspira a comprender al enfermo como una unidad biológica en acción. Ni siquiera puede decirse que deba ser psicosomática, porque esta palabra aún mantiene la dicotomía cartesiana de cuerpo y alma tan cara a la medicina científica natural como a las especulaciones de la filosofía médica, ambos combatiéndose estérilmente desde campos absurdamente opuestos (8).
Para introducirnos en el pensamiento vitalista pascheriano debemos comprender el significado que para él tenía el concepto de “Vida”, que enuncio con mayúsculas, para diferenciarlo del concepto de la “vida” humana, aunque finalmente ambos conceptos son  dos aspectos de un mismo y único Ser universal.

2. LA VIDA 
Para Paschero, la Vida es movimiento, es devenir, y se efectúa de acuerdo a una ley universal, que rige sobre la Naturaleza toda, y también sobre el hombre que está inserto en el cosmos. 
Hay en la Naturaleza y en el hombre un fondo común que los traspasa, y este fondo vital es movimiento puro, movimiento vital inexorable, de expansión en el caso del llamado macrocosmos (sinónimo de Naturaleza en otros pasajes de su obra), de forma concéntrica y excéntrica desde su centro vital en el microcosmos humano. Y el hombre, durante su desarrollo debe cumplimentar esa ley, que está entorpecida, como veremos, por su enfermedad. 
Esta ley natural rige, como dije, sobre todo: reino mineral, vegetal, animal, planetas, estrellas, etc., y también para el hombre, tanto en el plano físico como en el plano psíquico, indiviso según Paschero. 
La vida es movimiento y es transformación
La naturaleza no es más que un perpetuo movimiento de transformación estructural con un ritmo cíclico de concentración y dispersión de electrones jamás perdidos –la energía nunca se pierde, sólo se transforma- para formar parte indistinta de un mineral, una planta, un animal o un ser humano en una mutación constante de estructuras. (9)
La naturaleza es una en todo, pero infinitamente variable, en perpetuo movimiento y cambio, bajo la ley de la  constante contradicción entre la vida y la muerte, el amor y el odio, la razón y el sentimiento, la salud y la enfermedad (10).
Como vemos, el devenir sustentado por Heráclito (11) está presente en Paschero, y esta transformación se evidencia en el ser humano
La vida consiste en una actividad dinámica que no cesa en un solo momento, merced a la cual el ser humano mantiene su integridad como organismo y como persona. Frente a elementos disociantes o desintegrantes (...) el organismo se esfuerza por mantener su homeostasis y equilibrio mental, es decir, su integración como unidad viva. Este equilibrio psicofísico es inestable y la dinámica que lo mantiene jamás se interrumpe (...) El cambio que así se opera en todo el organismo es de tal naturaleza, que se puede decir que un individuo no es el mismo de días antes, ya ha cambiado su composición molecular, de la misma manera como una ola de mar que viene a nosotros desde veinte metros no es la misma que segundos después baña nuestro cuerpo en la playa.
Las moléculas de agua se han transmitido sucesivamente un movimiento bajo el signo de una forma que conocemos con el nombre de ola, pero ésta ha cambiado su composición, sus moléculas no son las mismas a cada milímetro, se ha metamorfoseado o transformado, quedando así sólo de la ola una forma que la identifica como tal y que constituye su individualidad. Ocurre de la misma manera en el ser humano. Su individualidad no consiste en los átomos, moléculas, células y tejidos de su organismo, sino en la peculiar actividad de una estructura creada con un sentido de vida idéntico a la ley que rige el movimiento del cosmos, como en las olas del mar (12).
No hay aquí sólo un concepto biológico de “Vida”; también lo inorgánico tiene el movimiento, cabiendo así una suerte de “Vida cósmica”, siempre bajo la misma ley universal. 
La Vida ha sido una creación divina, mostrando Paschero en varios pasajes de su obra su creencia acerca de un Dios trascendente; sólo que al estar lo universal (la Vida) en el particular (en cada elemento de la Naturaleza y también en el hombre), de alguna forma Dios es a la vez trascendente e inmanente -aunque en forma desvinculada- en todas las cosas. Es Dios quien brinda la Vida y brinda así el Ser a las cosas, aunque no es Él mismo el Ser de las cosas. La Vida es así una especie de hipóstasis divina a la que el hombre debe regresar, como luego veremos.
No se tiene en cuenta que los procesos mórbidos no son desequilibrios estáticos parciales como especies morbosas injertadas en el individuo, sino partes de una unidad dinámica con una historia, un pasado y un porvenir. Unidad interpenetrada en el cosmos del que forma parte integrante y con una participación en ese movimiento de simpatía universal que rige la naturaleza entera como creación de Dios (13).
El término “participación” es utilizado por Platón y por el neoplatonismo, y no es para esta última corriente sinónimo de “presencia”. Vemos así derrumbarse la errónea interpretación del pensamiento de Paschero como panteísta.
Movimiento de Vida y movimiento de energía cósmica son para Paschero sinónimos, y la energía vital que anima al hombre no es más que un caso especial de energía cósmica
La energía vital no es más que un aspecto de la energía cósmica y las leyes que la rigen son las de la vida universal. 
Tanto en el macrocosmo como en el microcosmo humano el ciclo de vida que cumplen los seres y las cosas tienden a la desintegración que implica la reunificación con el todo (14).
Y la ley que rige el movimiento vital en el ser humano, es la que en Homeopatía se llama ley de curación
La ley de curación que da sentido a lo biológico no puede ser sino la misma ley de gravitación o síntesis y expansión o dispersión que rige el movimiento de la tierra y los astros confiriendo sentido al orden universal. Sin este sentido o ley de absoluta vigencia en todo lo creado, existiría el caos que jamás puede concebirse, tanto en la vida de una flor como en la de una estrella. (...) (15)

En el hombre, el movimiento vital que se irradia desde el fondo de su ser, lo lleva en sentido negativo hacia la muerte; llamaré a éste “movimiento vital hacia la muerte”
la muerte es (...) metafísicamente necesaria, ya que la dispersión es inexorable para la perpetuidad del movimiento vital (16).
Sin embargo hay otro sentido en que el movimiento es positivo, cuando la ley en el hombre se cumplimenta desde la comprensión que realiza en un correcto y maduro proceso de adaptación a su entorno, como veremos luego; es de esta forma que el ser humano puede trascender su propia muerte, en una nueva unión con el cosmos, con la Vida universal. Llamaré a éste “movimiento vital hacia la Vida”, ya que luego de su muerte, el ser humano sigue participando de la Vida cósmica, y además comprende esta circunstancia; es esta una verdadera concepción soteriológica de Paschero.
La ley de curación no tiene por finalidad evitar la muerte, sino por el contrario, hacer que ésta se produzca suave y normalmente permitiendo que el individuo cumpla con los altos fines de la existencia, vale decir que concientice su relación metafísica con el todo y determine su propia salvación como persona humana (17).

Lo que muere es la falsa autonomía del ser que vive como individuo, sin haberse realizado como persona humana, vale decir, sin haber concientizado su principio y fin en el todo, como la ola en el mar. 
Seguramente, un átomo que constituye nuestro cuerpo ha vivido en otro ser, animal, planta, mineral o estrella y seguirá viviendo después de la dispersión o muerte de nuestro cuerpo en otro individuo o quizá volverá a ser una estrella, pero nuestra muerte será ineluctable como individuos si no cumplimos con los altos fines de la existencia, que es llegar a la unidad cósmica en Dios, de la que surgirán nuevas síntesis en forma de siempre nuevas estructuras.  
De esta suerte resulta que la muerte no es más que la terminación del ciclo vital de una estructura o construcción molecular, cuyos elementos atómicos dejan de integrar una unidad de vida para construir otro cuerpo, otra síntesis o edificio molecular con otro nombre y otra forma.
Porque la organización atómica y no celular como unidad biológica, según quería Virchow, es la que nos constituye, haciendo que la fisiología celular responda a la ley biológica que rige el movimiento de la estructura atómica elemental de la misma manera como rige la energía cósmica, que determina el movimiento de los astros y estrellas, en una identificación absoluta del microcosmos con el macrocosmos, tal como señalara Paracelso (18).
La ley de curación indica entonces fehacientemente el camino, tanto físico como espiritual (en el sentido que Paschero le otorga a “espíritu” (19)), que guía al hombre hacia una vida plena
La ley de curación es el correlato absolutamente identificado con la ley del crecimiento y desarrollo desde dentro hacia afuera, de la mente a los órganos, del centro a la periferia, de nuestro yo auténtico hacia el mundo, de nuestro centro dinámico vital hacia la vida en plenitud, es decir desde la profundidad de nuestro yo hacia la unidad con la vida universal, estableciendo así la identificación absoluta con el yo trascendente o cósmico (20).
Sin embargo, como se anticipó, el movimiento no es fluido y se entorpece en la enfermedad. La enfermedad es un obstáculo que estanca el movimiento de la vida del hombre y de la Vida cósmica, y se transforma en un impedimento para la maduración de la persona. 
Es allí, en la esencia humana en donde se ubica la enfermedad
No se enferma el cuerpo ni la mente por separado, ni el enfermo lo está en su estómago, hígado, pulmones o corazón, sino todo él está enfermo en el centro dinámico motor de su personalidad, en ese núcleo hontanar del organismo donde palpita el ser del hombre y se establece la unidad del cuerpo y de la psique (21).
Si la curación no está destinada al origen de la enfermedad crónica, a la psora enunciada por Hahnemann como verdadero problema de la evolución existencial y también esencial del hombre, no es más que una curación superficial, que puede provocar supresiones.
Si la medicina no puede llegar a ese centro vital de la perturbación afectiva e incidir terapéuticamente en ella, no podrá curar jamás la enfermedad crónica del hombre en su origen o principio dinámico fundamental, en lo que constituye como predisposición para la patología y le determina su destino personal. Todo lo que hará es suprimir las manifestaciones últimas o superficiales del proceso mórbido, dejando intacto al enfermo mismo en la intimidad de su ser, donde palpita inexorablemente su angustia existencial. Angustia nacida en la ansiedad psórica considerada por Hahnemann como la enfermedad arcaica fundamental que impide al hombre realizar su propia ataraxia, vale decir, su libertad interior, lo cual implica, en todos los casos, superar su individualidad autista y limitada para transformarse en una personalidad adulta, libre y responsable, capaz de hacerse cargo creativamente de la realidad trascendente y ordenarse en el Espíritu, verdadera y única forma de conquistar la salud moral como condición primigenia e inexcusable de la salud física (22).


3. LA ENFERMEDAD 
La enfermedad, desequilibrio de la energía vital que anima al ser humano, adquiere para Paschero un nuevo sentido, en concordancia con los postulados hahnemannianos.

La enfermedad es un mal planteo  existencial, una actitud vital errónea respecto de lo que debe ser, respecto de la ley (...) (23)

La ley universal ha sido violada; no se cumple en la enfermedad, no fluye del centro a la periferia en forma concéntrica, desde el polo de irradiación vital.
¿Por qué ha sucedido esto?: hay una primera violación, que en Paschero presenta ribetes religiosos: 
El hombre ha transgredido esa ley de Dios, de la energía vital y ha querido substraerse a las leyes de la naturaleza emanadas de Él, imponiendo sus propias leyes de egoísmo. (24)
En una concepción teológica de honda reflexión, se llega a concebir que la primera supresión que el hombre cometió fue la tendencia inmanente a seguir la ley de Dios, ley natural de vida y pensamiento, que lo impele a vivir para y por el todo, en unidad inteligente con el ser que trasciende la creación cósmica; que lo impulsa a destinar sus impulsos vitales hacia el bien de nosotros, yendo del egocentrismo autista al supremo interés altruista de la comunidad. (25)
La enfermedad parasita de tal forma al centro vital humano, que altera su posibilidad de un verdadero proceso de adaptación, por lo que se traduce en una ”falta de coordinación o balance entre el microcosmos y el macrocosmos” (26), entre el individuo que pretende convertirse en su adaptación en persona, y su entorno (tanto cercano como trascendente, en cuanto al vínculo con lo Absoluto que se añora). 
  En efecto, la instanciación de la Vida en el ser humano no lo convierte per se en persona, sino en individuo. Cada individuo va convirtiéndose en persona en un acto creativo particular. Es este un proceso vital que es movimiento y es historia personal, a través de una maduración saludable, y de volcarse a una integración con los demás, con el cosmos, con Dios.

El ser humano es un ser que se hace, que tiene instintivamente el imperativo de ordenar su voluntad consciente hacia un devenir de libertad en el que pueda tomar decisiones, de esforzarse por madurar y humanizarse en articulación afectiva con el prójimo, transformándose de individuo autista y limitado, en persona abierta al mundo e integrada en la esencialidad de nosotros. Es hacerse su personalidad decidiendo el proceso de integración que implica el tomar conciencia que la realidad del yo, en su verdadero ser, no es egocéntrico sino alocéntrico, es decir, está centrado en el ámbito de su relación con el otro, con el semejante, en función del amor (27).

La última vocación o voluntad de trascendencia del hombre no es entonces la individualización sino la personalización, es decir, la realización como persona que ha superado el autismo captativo y destructivo para transformarse en un ser dativo y altruista.
En la concepción hahnemanniana de la enfermedad del hombre, la psora es la disposición mórbida fundamental del ser humano, como consecuencia de la ruptura de la relación armónica del microcosmo hombre con el macrocosmo universal y sobre la condición de un estado dinámico de permanente susceptibilidad. Y es así también como Kent ha podido aseverar que el síntoma determinativo por excelencia del cuadro clínico es el que concierne a los trastornos de la voluntad instintiva o afectividad en donde se da el conflicto entre las tendencias regresivas y las que impelen al organismo hacia la libertad espiritual que lo transforman en persona (28).

Ahora bien ¿en dónde asienta el conflicto que produce la enfermedad? Se dijo que la misma se presenta en su centro vital, lo que es sinónimo de energía vital. Y lo que en Paschero es también sinónimo de voluntad instintiva. En otras palabras, la vida humana tiene aquí otro sinónimo: voluntad primaria.

Penetrando en los fenómenos vitales que determinan cada cuadro singular de idiosincrasia, nos enfrentamos con los instintos como fuente de la voluntad inconsciente de vida, que como un impulso primario ejerce su fuerza ciega e irresistible para solventar la necesidad elemental de subsistir y perpetuarse. >
Es necesario consignar aquí que esta voluntad primaria, inconsciente, irracional por lo mismo que se identifica con la vida misma, es el impulso determinante de los deseos, apetitos, tendencias e inclinaciones en el aspecto alimentario, así como también en lo concerniente a la vida afectiva y a la de los mismos sueños con su expresión simbólica de los conflictos entre los instintos y la conciencia; que para el homeópata atento constituyen los síntomas característicos de la personalidad profunda, como exponentes de la voluntad instintiva, lo que de fondo es y quiere el enfermo (29).

La voluntad considerada en su aspecto primario no es más que el instinto de vida, de autoconservación ciego e irresistible. 
Los trastornos de la voluntad son los principales y centrales del hombre.
Hahnemann  sostuvo, con profunda convicción y fe, que lo que en el hombre debe ser curado es la perturbación de la voluntad profunda (30).

Paschero presenta así dos aspectos de la vida en el hombre: uno, como vimos  supra, que es sinónimo de e nergía vital, la que como ya mencionara es un caso especial de la energía cósmica, y por ende un proceso físico; el otro es descrito en un plano metafísico, y es la voluntad inconsciente, y como voluntad, aspecto del Ser del hombre, como veremos más adelante. Ambas aparecen como dos caras de una misma moneda, pero en dos ámbitos diferentes. Esta postura recuerda por el paralelismo presente entre los planos físico y metafísico, pasajes de la obra de Spinoza. 
Podemos así exceptuar a Paschero de una posición meramente mecanicista acerca de la vida. 
Es en la voluntad en donde se produce una especie de combate, ya que Paschero diferencia esta voluntad, primigenia, irracional e instintiva de otra, que es una modificación de la primera de acuerdo a una reactividad volitiva ante las circunstancias medioambientales, proceso que en el hombre es tutelado por la razón.

 La otra voluntad, la voluntad consciente, intelectual o deliberada que resulta de una modificación reactiva de la voluntad inconsciente ante la adaptación a la realidad o maduración del sujeto, es la que confiere razones selectivas o juicios de valor en las cosas que el hombre apetece, rechazando las compulsiones destructivas y ordenando la voluntad al bien como fines del ser que ha llegado a la adultez, volcándose en versión generosa hacia el prójimo y buscando el bienestar de los demás (31).

Esta voluntad es privilegio del ser humano, portador de una razón que lo lleva a discernir y decidir, si está en un proceso madurativo no parasitado por la enfermedad, hacia una actitud de vida dativa y no egoísta.

El hombre tiene instintos pero no es instinto sino persona. Y persona es el ser espiritual que no se deja instigar por el instinto al que reconoce como suyo pero al que gobierna como ser libre y responsable. 
En todos los enfermos existe un conflicto entre la voluntad y la razón o la inteligencia. La voluntad cuando está ordenada a los sentidos no obedece a la razón y entra en conflicto con ella. A medida que el hombre crece supera el autismo infantil de estar sujeto a la voluntad sensible para ordenar la voluntad a la razón y madurar psicológicamente pasando del principio del placer al principio de la realidad (32).

La razón es la que va determinando la voluntad de acuerdo a los estímulos medioambientales, creando una conciencia moral que frena el avance instintivo -que sólo vela por la propia satisfacción-, y lo vincula con el cosmos.

El ser humano desarrolla una conciencia moral que lo integra en la unidad esencial del cosmos (...) Las emociones se producen  en relación con esta conciencia moral  como un medio para eludir o sortear dificultades de adaptación y resolver derivativamente el conflicto entre los instintos y la conciencia, entre los deseos y la interdicción moral (33).

Como se nota, el conflicto entre la razón y la voluntad es producto de un condicionamiento en la libertad (la hoy llamada “libertad substancial”), con lo que la enfermedad, que es una adaptación existencial errónea,  pasa a ser para Paschero un cercenamiento de la libertad humana

La enfermedad no es más que un proceso de adaptación biológica al medio circundante, al mundo cosmo-biológico-social que rodea al individuo, y esta adaptación no es sólo instintiva sino que se produce con la inteligencia, la capacidad de decidir, razonar, ponderar las circunstancias, por lo que la enfermedad, es decir, la adaptación, es un problema de libertad (34).

En términos psicológicos, hay para Paschero una respuesta ante un sentimiento instintivo de inseguridad que, exaltando a su vez el instinto de autoconservación, “incrementa enormemente la conciencia de sí mismo, lo aprisiona en los estrechos límites de su egoísmo y lo sepulta en la infelicidad, la miseria y la angustia de un ser que se siente cada vez más aislado y en permanente peligro” (35). Es éste el primer nivel de conciencia según Paschero. 
Existe además la formación de una superestructura sobre la conciencia o personalidad dinámica o instintiva, que constituye la conciencia o personalidad social o reactiva, que opera como conciencia moral. Éste es el segundo nivel de conciencia según Paschero. 
Hay que resaltar aquí que el concepto de conciencia moral que propone Paschero no es similar al super-Yo freudiano. Paschero distingue bien el rol represivo que realiza este último, a diferencia de la tarea adaptativa, evolutiva y madurativa que produce la moral que determina la razón sobre la voluntad instintiva.

Las normas morales llevan implicada siempre la productividad, el carácter oblativo, altruista, constructivo, con capacidad de dar, de acción libre y sin represiones que contrarían esencialmente la ley natural de curación, ley que rige todas las manifestaciones vitales en constante actividad curativa (36).

Dado que en la personalidad dinámica se presenta el conflicto a superar, es allí a donde debe apuntar el remedio homeopático:

El equilibrio entre estos dos estratos de la personalidad, el dinámico o instintivo y el social o reactivo, hace que el individuo se halle en aparente estado de salud que significa una buena adaptación al sistema social. El medicamento homeopático dirigido siempre a la corrección de ese dinamismo patógeno, miasmáticamente alterado, de la personalidad dinámica instintiva frente a la voluntad, los impulsos y los deseos o ambiciones, puede determinar un menor requerimiento compulsivo que permita la adaptación (37).

Sin embargo, este nivel de personalidad no constituye aún para Paschero la salud; hay un tercer nivel de conciencia o personalidad que consiste en el descubrimiento del profundo ser íntimo, “en donde palpita la vida fundamental e indiferenciada, desde donde la queda voz de lo absoluto nos incita a perder nuestra individualidad para ganarnos en la conciencia universal” (38). Quiero referir que esta propuesta de Paschero tiene una profunda raíz mística, presente por ejemplo en Meister Eckhart o en Nicolás de Cusa y que llega hasta Heidegger. Es el regreso al ser indiferenciado que está en el núcleo del ser humano (y de todo el cosmos), es volver a la Vida desde nuestra vida, alcanzar lo Absoluto (Dios), a través de lo Universal (Macrocosmos), desde lo Particular (Microcosmos). Podemos inscribir así a Paschero entre los defensores de una  progressio y de una  regressio, verdadero círculo neoplatónico.

Lo esencial es comprender que el ser humano realiza su ser íntimo, esencial, espiritual  al estar dos en recíproca presencia, es un acontecimiento que se produce  en el encuentro de uno con el otro. Y, sobre todo, debemos experimentar en nosotros que existe una participación del hombre en el ser del mundo, en el ser en plenitud, participación que debemos hacer activa en tanto tomemos conciencia de nuestro verdadero ser (39).

4. LA SALUD 
No existe en verdad para Paschero un concepto de perfecta salud; al ser un objetivo vital, la salud aparece como un proceso al que se tiende en la permanente adopción de una actitud de superación del autismo infantil, del egoísmo inicial.

No existe la salud, sólo existe la enfermedad. La vida fluye de un desequilibrio en otro cuya mayor o menor estabilidad depende de la sensibilidad de cada enfermo, determinando así, en cada caso, una
ecuación estrictamente personal (40).

Lo que puede lograr la medicación homeopática bien indicada es el desbloqueo del libre fluir personal, recuperando el ser humano su libertad determinativa. 
Sin embargo, no se consigue todo con el remedio; hay que además guiar al paciente en una adecuada actitud vital:

El simillimum homeopático es un medio para curar, pero no un fin en sí mismo; no define por sí solo la curación. El homeópata debe ser un pedagogo capacitado para guiar al enfermo en la rectificación de su actitud vital por la comprensión racional de lo que debe hacer para ubicarse en las etapas correspondientes a su desenvolvimiento como persona que debe reencontrase en la unidad del nosotros (41).

Este reencuentro con el prójimo se produce a partir –como se esbozó- de una comprensión del propio sentido de vida. Y que ese sentido tiene un télos, una finalidad en los otros y en lo Absoluto. Paschero es en este punto deudor del pensamiento moderno, ya que una comprensión completa del sentido de vida, a través del ejercicio pleno de la razón, produce una trascendencia en lo Otro.

La salud verdadera e ideal es la que el hombre alcanza cuando ha logrado un nivel de conciencia en el que se siente regido por una relación esencial con el prójimo; en el que adquiere la vivencia madura de su unidad profunda con el todo, desarrollando su personalidad desde una subjetividad egocéntrica y absorbente hacia la objetividad altruista que reconoce su verdadera y real existencia en la trascendencia del yo (42).

Por otra parte, existen variables sinónimas en este proceso vital:

Capacidad creadora, capacidad de síntesis y maduración psicológica e integración con el todo son sinónimos que expresan el punto máximo del proceso evolutivo que el hombre debe fatalmente cumplir para realizarse, vale decir para superar la ansiedad básica que signa su vida por la pérdida del paraíso perdido: la seguridad biológica del seno materno que abandonó para enfrentarse con el mundo hostil en el que debe formarse (43).

Por último, la actitud de comprensión hace ver al hombre que su máxima expresión creativa es el amor, que “es un intento de recuperar la unidad perdida” (44).
No es el amor un abandono de sí; por el contrario hay que partir de sí, pero del sí mismo profundo que es a su vez Vida indiferenciada. Hay que amar lo que de Absoluto hay en cada uno, para poder amar en forma consecuente (idéntica, en realidad) al Otro.

El amor para ser auténtico debe partir de alguien que ame en sí su propia creatividad y que tenga conciencia de que participa del Ser, uno de cuyos aspectos, tal vez el fundante y más originario, es el amor.(...) 
Porque sólo el amor puede ser origen. El yo y el tú llevan potencialmente la posibilidad de ser uno, de unirse en el nosotros. Sólo así se descubrirá la unidad originaria, se tendrá conciencia de una plenitud que -creo- todos vivimos con nostalgia.
Dije que el amor era uno de los aspectos del ser, cuyas otras dos facetas confluyentes son la razón o intelecto y la voluntad. No habría ser si no hubiera amor, razón y voluntad. De ahí que para que el amor sea profundo y auténtico deba estar acompañado por esas otras dos manifestaciones del ser, que sólo son eso: diferentes manifestaciones de una única realidad. 
Y al sentir ese amor que es sólo un aspecto del ser, de la unidad integrada también por la inteligencia y la voluntad, veremos cómo todas nuestras capacidades se dinamizan, cómo se potencializa nuestra comprensión del otro, cómo se crea un mundo en el que se ha intensificado la belleza, y descubriremos entonces que la vida sólo puede darse en  plenitud en la unidad afectiva del nosotros. 
Para lograr esa plenitud de vida genuina, sin embargo, habré de partir de mi propio ser como capacidad de amor, de inteligencia y de voluntad, y habré de amar en mí lo que mi conciencia reclama como lo mejor de mí mismo, lo que  reclama mi voluntad de perfección y de totalidad. Sólo entonces será real esa capacidad de amor y podré amar al otro también en lo que él haya de lograr. Podré llegar al tú en su esencial creatividad y en su yo más profundo.
 Y esto habrá de ser mi permanente búsqueda y mi objetivo más constante. Sólo pido sentir esa necesidad, afirmarla en mi corazón, pensar en ella con lucidez cada instante de mi vida para poder cumplir con mi destino que intuyo con absoluta seguridad: el de vivir el amor divino en mí e irradiarlo auténticamente realizado en la unidad de vida con los demás. Esa es la demanda de la vida en plenitud que exige a todo hombre desde el fondo del alma (45).

Como vemos, para Paschero “ser” humano no es simplemente nacer como miembro de la especie humana. Hay una naturaleza humana ideal a alcanzar, y la salud entraña ese destino de humanización. Y humanizarse es de algún modo tender a lo divino. 
La enfermedad, por el contrario, estanca dicha posibilidad en un rango inferior; el médico homeópata puede colaborar con el paciente a través de su correcta prescripción y de su acertada guía. 
La Homeopatía se convierte así en instrumento de liberación. Así como Marx quería que la Filosofía se convirtiera en arma de transformación social, Paschero nos dice que el acto médico debe intentar promover la transformación personal, lo que por cierto, se vuelve cambio social.

5. CONCLUSIONES 
Mi intención ha sido realizar una presentación del pensamiento de Paschero, sin efectuar una tarea crítica en cuanto a algunos problemas filosóficos que pueda presentar el sistema. Estos existen: por un lado, problemas externos al mismo, como tiene todo aquel pensamiento que está sustentado en el vitalismo; por otro lado, problemas internos, como por ejemplo aquellos que puedan derivar de la relación entre el aspecto físico y el metafísico de la Vida, de la relación entre diferentes “aspectos” (como Paschero los llama) del ser del hombre: amor, razón y voluntad, o los que devienen de su postura teísta. 
Sí, en cambio, me referiré a la alta exigencia para el médico homeópata que parece desprenderse del pensamiento pascheriano.
 En la actualidad, en el tiempo posmoderno en que vivimos, la idea de realización personal  propuesta por Paschero está cada día más alejada. Foucault, en “Las palabras y las cosas” (1966) decreta la muerte del hombre, es decir, de aquel ideal de naturaleza humana que se detentaba hasta la modernidad. 
El hombre en la posmodernidad (hipermodernidad de Lipovetsky)  tiene como modelo de sentido vital el alcance personal de su deseo, el hedonismo de la satisfacción inmediata de novedades, sin volcarse a una actividad dativa; presenta un desconocimiento pleno de la unidad con la Absoluto como tarea a encarar, ya que el fragmentarismo posmoderno es máximo. 
Ante una situación tal, ¿cómo suena a los oídos del médico homeópata el mensaje de Paschero? 
En nuestros días, salvo excepciones, el paciente no está preparado para recibir un consejo de búsqueda de trascendencia, aún si la prescripción es acertada y el remedio es el constitucional. 
No obstante, en mi opinión no hay que abandonar el norte de su pensamiento, que hace a la verdadera curación, a la guía hacia una plenitud psicofísica. 
Como ya se señaló, no existe para Paschero la completa salud, sino como polo ideal a alcanzar.

La salud verdadera e ideal es la que el hombre alcanza cuando ha logrado un nivel de conciencia en el que existe una relación verdadera entre su último fondo espiritual y el universo, en el que adquiere la vivencia de su unidad profunda con el todo (46).

El médico homeópata debe tener en cuenta esta importante circunstancia, para no crear expectativas sobrehumanas en su práctica. 
Corre peligro el médico de malinterpretar el camino propuesto por Paschero; en efecto, éste reclamaba al médico, además de una comprensión vital a través de la empatía y una prescripción juiciosa, un rol de guía en el camino del enfermo hacia la salud; esto no implica que la salud ideal se alcance, ni por tanto, que el médico sea testigo de la llegada a una meta que, como dije, es ideal, aunque no por ello inexistente. 
La labor médica debe ser cuidadosa, ya que en nuestra posmodernidad, el paciente generalmente requiere rápidas respuestas a sus problemas. 
Hay que ganarse la confianza del mismo y comprenderlo empáticamente “en situación” (palabra “cargada” de connotaciones existencialistas), debiendo el médico intentar percibir así qué es lo más conveniente en su terapéutica. Intentar luego, finalmente, que  encuentre el camino (que es el paso previo al recorrido del mismo), para que se oriente hacia ese polo ideal, hacia la ataraxia que Paschero señala. 
Esta es nuestra actual tarea pedagógica, en la cual no debe olvidarse además el respeto por la decisión última del paciente, que involucra su voluntario destino; esto último es esencial  para no caer en el llamado paternalismo médico. 

Mostrando entradas con la etiqueta MiasmasMostrar todas las entradas

Las aportaciones de Masi Elizalde


Las aportaciones de Masi Elizalde a la Homeopatía pueden resumirse esquemáticamente así:
1-    Adopción del esquema antropológico tomista como marco de referencia para la mejor comprensión del hombre hahnemanniano sano y enfermo. Básicamente la adopción del concepto de “compuesto sustancial” y todo lo que ello implica.
2-    Dinámica miasmática
3-    Metodología para el estudio de la materia médica.

  1. EL ESQUEMA ANTROPOLÓGICO TOMISTA

A lo largo de su artículo Concepto de enfermedad y curación[1] Masi explica y argumenta su convicción de que el esquema antropológico que Hahnemann sustentaba era el mismo que sustenta la filosofía escolástica, en particular Santo Tomás de Aquino. En primer lugar, la idea de que el hombre es un compuesto sustancial, es decir que sus principios constituyentes (alma racional y cuerpo físico) conforman una nueva realidad (hombre) que no es el resultado de la mera aposición, mezcla o amalgama de los anteriores. Esta noción de compuesto sustancial es la base y fundamento antropológico del concepto psicosomático de enfermedad y curación, propio de la homeopatía.

También que el hombre, degradado por el Pecado Original, ha perdido su privilegiada posición edénica, sufriendo un merma en su naturaleza. En la actual situación el hombre sufre en la profundidad de su inconsciente el dolor de lo perdido. (A esta profunda sensación la llama psora primaria.)[2]

Ese dolor, dice Masi, se argumenta de manera general, como se aprecia en las patogenesias tomadas en su conjunto o en los síntomas de consulta tomados en su conjunto, en unos temas fundamentales, los núcleos,  que recuerdan intensamente el drama de la Caída tal y como se relata en el Génesis:
Núcleo de la transgresión, la falta o la culpa.
Núcleo de la pérdida y el sufrimiento.
Núcleo del recuerdo y la nostalgia.
Núcleo del temor al castigo
Núcleo de la disculpa y la justificación.
Pero cuál sea la naturaleza de esa falta en un caso particular está por determinar para cada medicamento y para cada paciente. De manera que en cada medicamento y en cada enfermo encontraremos de manera más o menos evidente los citados núcleos, argumentados de diversas maneras de acuerdo a la temática particular.
2. DINÁMICA MIASMÁTICA
El concepto de dinámica miasmática es muy sencillo: para Masi los miasmas no son entidades independientes, sino sólo aspectos distintos del sufrimiento, tendencias morbosas, actitudes reactivas. La psora es la única enfermedad, siendo sycosis ysyphilis únicamente modos equivocados de defensa ante el sufrimiento psórico. Estas defensas que se producen en clave de hipertrofia o de destrucción lo mismo en el plano físico que en el psíquico, componen, con el sufrimiento original (psora) un triángulo dinámico cuya comprensión permite, no sólo explicar la sintomatología conocida, sino también “predecir” actitudes que, no apareciendo en la patogenesia (porque las patogenesias son necesariamente limitadas), deben corresponder dinámicamente a lo que sí aparece. Así, si en una patogenesia encontramos síntomas que muestran un gran apego a la riqueza, al dinero, que calificamos de “sycosica”, habremos de admitir que la psora correspondiente a esa sycosis será la del temor de la pobreza, y en syphilis debemos adelantar el hallazgo de una liberalidad desordenada; todo lo cual, naturalmente debe ser confirmado por la clínica. En los medicamentos bien experimentados siempre se encuentran, más o menos desarrolladas, las tres tendencias morbosas (miasmáticas), y sin excepción se corresponden matemáticamente en sus argumentos.
3. METODOLOGÍA PARA EL ESTUDIO DE LA MATERIA MÉDICA
a) La organización de material patogenético
El material patogenético (igual que el clínico) puede organizarse, con vistas a su mejor comprensión, de muy diversas maneras.
-  En primer lugar tenemos el protocolo patogenético, en el que los síntomas aparecen agrupados por experimentadores y ordenados según el momento de su aparición.
-  Hahnemann y sus seguidores no conservaron las patogenesias según los protocolos originales, es decir, los síntomas en su orden de aparición, sino que los redistribuyeron por órganos y sistemas. Esta es ya una primera manipulación que algunos autores han considerado como muy grave, aunque a nosotros no nos lo parece porque creemos que tal distribución ayuda al estudio de la materia médica, y facilita su comparación con los síntomas de la clínica que también solemos recoger por órganos y sistemas.
-  También podemos reagrupar los síntomas, dentro de cada órgano o sistema, por orden alfabético. De ahí los repertorios.
-  Otros autores seleccionan, entre los síntomas patogenéticos, aquellos grupos de síntomas que recuerdan los síndromes de la patología y tratan de establecer la semejanza entre dichos grupos de síntomas y los mencionados síndromes.
-  Finalmente algunos seleccionan, tanto en el paciente como en las enfermedades, grupos de síntomas de acuerdo a su matiz miasmático y establecen la semejanza entre ambos según  determinadas series numéricas.
Ninguno de estos hace especulaciones metafísicas a propósito de la esencia íntima de las enfermedades. Ninguno inventa los síntomas de las patogenesias o del paciente. Todos dicen, y es un hecho cierto, estar aplicando el principio de semejanza. Cada uno de ellos ha utilizado un método para organizar los síntomas de las patogenesias y los síntomas de la clínica de manera que puedan ser comparados entre sí. Todos tratan de cumplir la ley.
En el método de Masi los síntomas se toman de las patogenesias, y se comparan con los de la enfermedad, pero cuando estos síntomas se organizan para su mejor comprensión, no se hace por orden cronológico, ni alfabético, ni sistémico, ni sindrómico, ni por series miasmáticas, ya que los miasmas[3] no son algo estático, sino que se agrupan por temas.
No obstante, Masi y su metodología han sufrido permanentes ataques que, como suele ocurrir, no se centran en los verdaderos errores que pueda haber en sus planteamientos sino precisamente en lo contrario, en lo que es incuestionable: se le acusa de especular en el vacío, de ignorar los hechos, los síntomas. Pero lo cierto es que los síntomas, tanto patogenéticos como clínicos, están en el centro de toda la reflexión, no hay forma de escapar de ellos (ni siquiera hacia la clínica convencional). Constituyen el núcleo de cada fase metodológica, se los estudia desde diferentes puntos de vista: antropológico, simbólico, lingüístico, y es preciso volver a ellos una y otra vez.
Si miráis con detenimiento las materias médicas puras veréis, ¡ay!, con dolor que son un verdadero galimatías, un inventario interminable de síntomas que, salvo unos pocos, se parecen terriblemente entre sí, de tal manera que tras varias páginas de lectura es prácticamente imposible para una mente normal recordar lo que ha leído. No digamos nada si nos adentramos sucesivamente en las páginas de varios remedios distintos. Esta circunstancia vuelve muy difícil la práctica de la homeopatía, y es lo que ha inducido a los distintos autores a intentar reagrupar el material de las distintas maneras que hemos visto anteriormente.
Pues bien, si seguimos mirando con atención esos listados de síntomas patogenéticos, observaremos la recurrencia de ciertos temas, de ciertos argumentos. No me extenderé en este punto que sólo la experiencia mostrará al lector con toda claridad. Así pues, sabemos que los síntomas de una patogenesia suelen mostrar una inusitada tolerancia a ser agrupados en temas, y también sabemos que estos temas suelen ser coherentes, guardar cierta relación entre ellos. Por consiguiente, aquí existe ya un principio de orden que como digo no es cronológico ni alfabético ni anatómico, sino que es temático.
Así, el primer paso en la metodología de Masi para el estudio de las patogenesias es establecer en lo posible un orden temático. Este orden temático no invalida los anteriores. Sólo es un nuevo modo, un modo más de organizar los síntomas. Esto permite, como digo, un principio de comprensión que es coherente con la condición racional del médico y del paciente. Vemos así que el sufrimiento humano se estructura alrededor de determinados argumentos, que se configura argumentadamente. Cada persona (y cada medicamento) muestra un determinado número de temas, siempre los mismos. Esto se refleja en el refranero popular con la frase “cada loco con su tema”. Somos así y es perfectamente razonable que esa condición de recurrencia en ciertos temas, a la que estamos naturalmente inclinados, se refleje en la manifestación de nuestra enfermedad.
Este hallazgo nos permite un nuevo modo de establecer la relación de semejanza, abriendo la posibilidad de valorar ciertas argumentaciones existenciales características del paciente que, no correspondiendo a un síntoma concreto de la materia médica o del Repertorio, no nos era dado utilizar anteriormente para la prescripción.
Así, un paciente nos habla de su necesidad de bastarse a sí  mismo, de lo horrible que sería estar imposibilitado y depender de los demás, y esto lo relaciona con cada uno de sus síntomas,  con sus deseos, con sus proyectos, y sentimos que eso es más importante que un mero síntoma porque impregna toda la vida del paciente. Otros insisten en temas tales como el amor, la muerte, el dinero, el servicio a los demás, la enfermedad, la seguridad, y estos temas cobran un importancia tal que de ninguna manera podrían ser considerados como meros síntomas. Por lo demás, en muchas ocasiones no hay modo de incluirlos en una repertorización al uso.
En los medicamentos encontramos los mismos temas, y en ocasiones con la misma importancia. Esto requiere establecer, como se ha dicho, un nuevo tipo de similitud.
b) La relación entre los temas
Los temas que hallamos en un medicamento pueden ser aparentemente inconexos, pero un estudio más detallado suele mostrar que están relacionados entre sí, resumiendo a menudo uno de ellos, por así decir, la esencia del remedio.
En algún momento de todo este estudio vislumbramos un sufrimiento nuclear que podría explicar toda la patogenesia, y que en sí mismo es inexplicable. A este sufrimiento básico, del que toda la enfermedad va a depender se le llama, en la metodología de Masi, “psora primaria”. También me excusaré de abundar en este tema dado que por otro lado será inexcusable su demostración práctica. Y es aquí donde empezamos a tomar contacto con la antropología tradicional, la antropología escolástica. Para Santo Tomás, la naturaleza humana está mermada, caída. Esta merma, este déficit proviene del  Pecado Original, un acto en el que el hombre, envidiando la naturaleza divina, quiso compararse a Dios, ser como Dios. A partir de ese momento toda la estructura psíquica y orgánica del hombre se vio comprometida, sobrevino el imperativo de la muerte y por lo tanto el de la enfermedad. Y ese acontecimiento radical (por más que simbólico), origen de lo que Masi llama psora primaria se manifiesta, como corresponde a la ortodoxia hahnemanniana, en una sensación que por lo que sabemos se refiere básicamente a una pérdida, a una minusvalía. La sensación de no ser feliz, la sensación de no ser querido, la sensación de no ser comprendido, la  sensación de la proximidad de la muerte, la sensación de ser injustamente tratado, etc.
Masi propone comparar la psora primaria con alguno de los aspectos del relato del Génesis y establecer (simbólicamente) con qué aspecto de la Divinidad se ha querido comparar ese individuo representado en la patogenesia, o en su caso el paciente. A esto es a lo que llama el drama metafísico. Adán quiso compararse con la totalidad de la naturaleza divina, pero cada hombre en particular (o cada medicamento) no tiene tanta capacidad, y se compara únicamente con un aspecto de ésta.
La confrontación entre la naturaleza divina y la humana puede parecer un poco fantástica, pero verdaderamente constituye, desde una perspectiva simbólica, el meollo del drama humano. Hay que pensar en ello sin prejuicios. Más allá de esto, en un terreno meramente práctico, la necesidad de dicha comparación para descifrar el daño, el sufrimiento que supone el drama metafísico, nos obliga al estudio de la teología y de la antropología.
De Dios nada sabemos, salvo que es. Lo que de Él predicamos se lo atribuimos, por eso decimos que son atributos: atributos divinos. Del hombre conocemos sus capacidades. Estas capacidades no siempre se realizan, no siempre están en acto. Por eso las llamamos potencias.
Entre las potencias del hombre y los atributos de Dios no existe sólo una diferencia de grado, sino por encima de todo una diferencia cualitativa: en el hombre se da el movimiento, los mejores logros del hombre requieren una actualización de sus potencias, un cambio, un gasto, un devenir. En Dios todo es acto, sea cual sea el atributo al que nos refiramos está presente en grado sumo sin un antes ni un después, no hay nada que deba ser desarrollado, perfeccionado, o meramente realizado, en Dios no hay devenir, es acto puro. Por eso, el intento del hombre de alcanzar por sus medios la naturaleza divina puede considerarse una locura, una falta de previsión[4]. Y sin embargo es eso precisamente lo que ocurre en cada momento de nuestras vidas.
Adquirir un mínimo de nociones escolásticas sobre los atributos divinos y las potencias humanas requiere un esfuerzo. Es esto lo que ha desanimado a muchos de los que se han interesado por las ideas de Masi. Algunos de éstos proponen un método abreviado, a saber, tomar los temas de la patogenesia y los temas del paciente, y simplemente establecer la posible semejanza entre unos y otros, con lo que obtendríamos todas las ventajas del método sin tanto trabajo. Sin embargo, los temas tal y como los obtenemos de las patogenesias no siempre son útiles, pueden ser equivocados, una simple fantasía del que investiga, una mera coincidencia de algunas palabras. Para que estos temas puedan ser utilizados como elementos de comparación en una homeopatía tan profunda, deben adquirir significado antropológico, deben poder integrarse dentro de una visión del hombre en su drama. No pocas veces he visto a principiantes (y no tan principiantes) enumerar en el estudio de una patogenesia temas sin la menor utilidad y sin el menor sentido. Tal vez una persona que haya profundizado algo más en la naturaleza humana pueda, de entrada, elegir los temas adecuadamente, pero siempre necesitará situarlos en el terreno en el cual el sufrimiento se genera, el hombre en el mundo, para adquirir su últimos significados; quedarse en la superficialidad del enunciado de los temas, por muy bien elegidos que éstos resulten, comporta el mismo peligro que quedarse en el enunciado de los síntomas, a saber que, llegado el decisivo momento de la consulta, el paciente no nos los diga con las palabras con que nosotros los hemos formulado, y no podamos entenderlo.
Una vez establecida la hipótesis de cuál puede ser el drama metafísico que resume el sufrimiento de tal determinado remedio, nos aguarda el trabajo de explicar, con base en esa hipótesis, todos y cada uno de los temas y todos y cada uno de los síntomas significativos del remedio. Para esta tarea nos ayudamos de los conocimientos a los que podamos recurrir, especialmente la simbología, la lingüística y la sabiduría popular, todo ello en el marco de la antropología escolástica, naturalmente. Si la hipótesis es acertada, debe poder explicar a plena satisfacción de cualquiera la totalidad de la patogenesia. La experiencia demuestra que estas explicaciones adquieren tal grado de evidencia que suele arrancar exclamaciones de asombro y alguna que otra risa nerviosa.
Ahora tenemos unos temas, que generalmente son muy pocos, en ocasiones sólo uno, tenemos un hipótesis sobre cuál ha podido ser el sufrimiento básico manifestado en la patogenesia, y que es de índole metafísica[5], y hemos podido explicar con dicha hipótesis la totalidad de la patogenesia, dinámica miasmática incluida. Debemos pues comprobar su utilidad clínica. Para ello será necesario que con los síntomas del paciente realicemos un trabajo análogo hasta que podamos descubrir en su sufrimiento un significado central que explique todo lo demás y que sea semejante al significado que exhibe un determinado medicamento. Generalmente si ello es posible, también lo será establecer la semejanza de los síntomas, y podremos hacer la prescripción con todas las garantías: semejanza de los síntomas repertorizables, semejanza de los temas y semejanza del drama metafísico, del núcleo de sufrimiento, de la psora primaria. Siguiendo un caso así podremos verificar que la curación comporta, además de la desaparición del cuadro clínico que trajo al paciente a la consulta, la desaparición también de ese sufrimiento radical que (como hipótesis) habíamos establecido en la base de todo el edificio morboso.

[1] Alfonso Masi Elizalde. Concepto de enfermedad y curación. Actas del Instituto Internacional de Altos Estudios Homeopáticos “James Tyler Kent”. Nº 1 al 7.
[2] Huelga decir que, en esta imputación de la enfermedad al Pecado Original, Masi no hace (como él mismo lo señala) sino ponerse a la cola de una larguísima tradición religiosa, filosófica y médica, que también han compartido explícitamente, como no podía ser de otro modo, muchos de los grandes clásicos de la homeopatía. Por otra parte, desde un punto de vista puramente clínico, el concepto de psora primariaconstituye el núcleo de la comprensión de la enfermedad psicosomática. La expresión “psora primaria” es original de Masi y, al contrario de lo que algunos piensan, jamás fue utilizada por Hahnemann. Denomina una profunda sensación de sufrimiento, una angustia sin referencias, un desasosiego casi inconsciente, que el método puede, hasta cierto punto, objetivar y relacionarlo con  el conjunto de la enfermedad, reconociéndolo como su causa.
[3] Las relación del autor con el concepto hahnemanniano de “miasma crónico” se ha deteriorado mucho en los últimos años. A este respecto, cfr. Fundamentos de nosología homeopática. Dilema, 2004. “Los errores de Hahnemann en la teoría de los miasmas crónicos”, pp. 237-245.
[4] Al hilo del concepto de “imprevisión” “imprudencia”, es dado recordar que un drama análogo queda recogido en el mito de Prometeo y Epimeteo.
[5] El drama metafísico representa, en última instancia, una equivocada relación del hombre con Dios. Hablando con propiedad, desde el punto de vista de Masi (que es un punto de vista religioso) debería llamarse “drama espiritual”.
Notas sobre la historia de la Homeopatía en EEUU[iv]
Como ya hemos dicho, una de las razones principales por las que a los médicos convencionales no les gusta ni la Homeopatía ni los homeópatas es porque les quitamos el negocio, no es por cuestión de principios, que en todo caso es una buena excusa.[v]

En Estados Unidos los homeópatas crearon una asociación médica nacional en 1844 (el American Institute of Homeopathy), que fue la primera asociación médica americana, dos años antes de fundarse la American Medical Association (A.M.A.) en 1846, en parte para frenar el auge de la Homeopatía.[vi] Varios miembros de la A.M.A., que eran particularmente adversos a la Homeopatía de hacía tiempo, decidieron purgar todas las asociaciones de médicos locales donde hubiera homeópatas.[vii] Además de ello, desalentaron la asociación con homeópatas; en 1855 la A.M.A. estableció un código ético donde sancionaba a los médicos ortodoxos con perder su condición de miembro si tan solo consultaban a un homeópata o a cualquier practicante “irregular”, cosa que en algunos estados suponía la pérdida de la licencia para practicar medicina.[viii]

Hacia el 1900 existían 22 escuelas médicas homeopáticas, más de 100 hospitales homeopáticos, unos 60 orfanatos y residencias de ancianos, y más de 1.000 farmacias homeopáticas en E.E.U.U. Las estadísticas indican que el número de homeópatas en Nueva York se doblaba cada cinco años entre 1829 y 1869. Según la Comisión de Educación de E.E.U.U., tres de las cuatro escuelas médicas con las bibliotecas más grandes eran homeopáticas. Y a finales de siglo XIX, existían unas 29 revistas homeopáticas diferentes.

Probablemente, la razón principal de la popularidad de la Homeopatía fue el éxito en el tratamiento de varias epidemias infecciosas que asolaron América y Europa durante el siglo XIX. Las estadísticas indican que la mortalidad en los hospitales homeopáticos por dichas epidemias a menudo era de la mitad a una octava parte de la que se daba en los hospitales médicos convencionales.

En 1910, la Fundación Carnegie publicó el famoso/infame informe Flexner. El informe Flexner era una valoración de las escuelas médicas americanas presidido por Abraham Flexner, en colaboración con líderes de la A.M.A.[ix] Con pretensiones de objetividad, el informe establecía directrices para sancionar a las escuelas médicas ortodoxas y condenar a las homeopáticas. Como consecuencia de dicho informe, sólo a los graduados de las escuelas que recibían una alta valoración se les permitía realizar los exámenes para licenciarse en Medicina. De los 22 colegios homeopáticos que había en 1900, sólo quedaban dos en 1923. Para hacer frente a las directrices y para poder acceder a los nuevos exámenes de licenciatura que exigían ciencias básicas, los colegios homeopáticos decidieron ofrecer más formación en patología, química, fisiología, y otras ciencias médicas. Aunque ofrecían mejor formación en esas disciplinas, la formación homeopática se resintió.[x] Como resultado, los graduados de esos colegios homeopáticos estaban menos preparados para practicar bien la Homeopatía: en lugar de individualizar los medicamentos según la totalidad de los síntomas de la persona, muchos homeópatas empezaron a prescribir medicamentos en función de las enfermedades. Las consecuencias de ese tipo de práctica eran resultados predeciblemente pobres, con lo que muchos homeópatas renunciaron al ejercicio homeopático y muchos pacientes homeopáticos buscaron otras formas de tratamiento.

Quizás la historia hubiera cambiado si John D. Rockefeller, un fuerte defensor de la Homeopatía, hubiera concedido mayores subvenciones a las instituciones homeopáticas. Instruyó a su asesor financiero, Frederick Gates, para hacerlo así, pero éste, ferviente defensor de la medicina ortodoxa, no cumplió las órdenes de Rockefeller[xi]. Esa pérdida de financiación fue trágica, pues supuso unos 300-400 millones de dólares, a principios del siglo XX, que fueron a parar a instituciones médicas ortodoxas.

Además de varios factores externos que obstaculizaron el crecimiento de la Homeopatía, también hubo problemas entre los mismos homeópatas. El desacuerdo dentro de la Homeopatía tiene una larga tradición. Los más famosos homeópatas norteamericanos fueron hahnemanianos. Sin embargo, la mayoría de homeópatas no prescribían sus medicamentos en base a la totalidad de los síntomas, sino principalmente según la queja principal; eran lo que Hahnemann, ya en su tiempo, llamó pseudohomeópatas. Las escuelas de altas y bajas potencias desarrollaron organizaciones, hospitales y revistas separados. En 1901, debido a ese desacuerdo, en Chicago existían cuatro asociaciones médicas homeopáticas diferentes.

Hacia 1950 todos los colegios homeopáticos de EEUU fueron cerrados o ya no enseñaban Homeopatía. Sólo quedaban 50-150 médicos homeópatas practicantes, y la mayoría tenían más de 50 años.