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miércoles, 21 de diciembre de 2011

DIGESTION DE LOS ALIMENTOS

                                 DIGESTION  DE LOS ALIMENTOS

En rigor fisiológico hay tres digestiones: la bucal, la gástrica y la intestinal, íntimamente enlazadas como los eslabones de una cadena.
La digestión bucal o masticación e insalivación de los alimentos tiene por objeto reducirlos a consistencia pulposa, rompiendo y ablandando las partes duras, neutralizando o diluyendo los constituyentes irritantes por lo ácido y evitar la entrada en el estomago de sustancias perjudiciales por lo defectuosamente preparadas para la digestión estomacal.
Por lo tanto, la completa masticación es indispensable no solo porque convierte en papilla los manjares, sino porque mientras dura la masticación, va ejerciendo su influencia química la saliva, cuyo principio activo, la tialina, convierte la fécula o almidón en dextrina soluble.
Además los alimentos resultan mucho más agradables cuando se mastican detenida y completamente, pues solo en estado pulposo activan a las papilas nerviosas de la lengua, donde reside el instrumento transmisor de las sensaciones sápidas.
Algunas formas de almidón, como las del centeno y del maíz, ceden mucho más fácilmente a la acción  de la saliva que las féculas de la papa y de los vegetales crudos, cuya celulosa cubre los granos y es necesario que la masticación  los quebrante para que accione la saliva y el mismo efecto retarda torio produce  el ácido tánico del té y la teobromina del cacao, aunque por otra parte hay en estos casos mayor afluencia salival.
La saliva tiene algunas propiedades higiénicas, aunque la humana no llega al extremo de ser bactericida como lo es hasta cierto punto la de las glándulas parótidas de algunos rumiantes, especialmente la de las cabras.
Conocida es la instintiva propensión de los perros y gatos a lamerse las heridas.
La saliva se torna ácida en enfermos de diabetes, cáncer de estómago, anemia perniciosa, ictericia, leucemia y a veces en la clorosis.
El sentido del gusto recibe varias influencias que modifican su agudeza.
Mientras el alimento está en digestión bucal, no solo se mastica e insaliva sino que se saborea, y la intensidad del sabor está en razón directa  de la masticación e insalivación, y cuando mejor se saboree un manjar por lo bien masticado e insalivado, en mejor disposición estarán por reflejo nervioso los órganos del aparato digestivo para cumplir normalmente su función. De aquí el adagio popular  según el cual lo que se come con gusto no hace daño, aunque solo expresa este adagio una parte de la verdad, pues se han de salvar los desordenes de la gula, las malas combinaciones y otros aspectos de una correcta alimentación de la cual ya Ud. a estas alturas está en conocimiento. También el sentido del gusto regula en cierto modo el proceso de la digestión, porque generalmente sucede que cuando el cuerpo está saciado de determinado manjar lo repugna, le disgusta, no tiene ya el agradable sabor que excitaba el apetito, y decimos que empalaga.
Así sucede con el abuso de los dulces o de cualquier otro manjar que se le diera a un individuo como exclusivo de su dieta.
Los apremios de la agitada vida moderna mueven a muchas personas a comer de prisa, sin masticar ni insalivar bien los alimentos, engulléndolos como perros la carne, a grandes bocados, de suerte que los trozos enteros de manjares amiláceos entran en el estómago sin la debida transformación.
Por otra parte, el píloro, cuyo funcionamiento regula la salida de los alimentos del estómago, sólo deja pasar sin dificultad los convertidos homogéneamente en quimo,  los grumosos o no transformados pasan con mucho esfuerzo, rozando ásperamente el píloro, y de aquí la frecuencia con que se forman en este orificio estomacal ulceraciones corrosivas que provocan importantes complicaciones.
Ejemplo de ello, nos ofrece la historia de Napoleón, quien siempre comía apresuradamente, tragando más bien que deglutiendo los alimentos apenas masticado, y murió precisamente de una úlcera en el píloro antes de los  60 años de edad.
La observación por medio de rayos X ha evidenciado que cuando una porción voluminosa de alimento mal masticado llega al píloro a impulsos de las contracciones peristálticas del estómago y no encuentra el paso expedito, porque su volumen excede de la potencia elástica del esfínter pilórico, sucede que se contrae espasmódica mente por la violencia que se le hace, y si la contracción dura mucho, se retarda considerablemente la salida del contenido gástrico , al tiempo que aumenta la acidez del jugo gástrico, con riesgo de que fermente el quimo.
Además cuando el bolo alimenticio procedente de la digestión bucal está bien impregnado de saliva provoca por reflejo más copioso aflujo de jugo gástrico, y resulta más fácil la digestión estomacal.
La completa masticación aprovecha íntegramente las excitaciones alimentarias y el máximo de energía potencial del alimento. Por mucho que coma una persona, no le hará todo el provecho que pudiera si no mastica e insaliva completamente los alimentos, mientras que quien los mastique  bien podrá sustentarse con menos ración alimenticia, porque un alimento bien masticado está ya medio digerido.
Comer a dos carrillos permite un mejor resultado o doble efecto, pues si se mastica por un solo lado, quedan ociosas las papilas linguales del contrario y disminuye la secreción de la correspondiente glándula salival. Conciliándose la mecánica e higiene alimentaria con las reglas de urbanidad masticando alternativamente los bocados por uno y otro carrillo, pero nunca los dos a la vez y siempre con la boca cerrada.
Habiendo también comprobado que el efecto de una buena masticación tiene sus beneficios terapéuticos mas allá que la de obtener una buena digestión y asimilación de los alimentos. Habiendo comprobado que para que el estómago funcione adecuadamente en su proceso de peptonización es necesario que todos los alimentos sin excepción permanezcan largo tiempo en la boca .Igual criterio se debe de tener con los líquidos como la leche y zumos de frutas que deben de tomarse a sorbos permitiendo su insalivación necesaria.
Hoy se sabe que el acto de masticar estimula la función cerebral por mecanismos nerviosos que recientemente se están descubriendo.
Muchos de mis pacientes que cambiaron su estilo en la forma de masticar, mejoraron su salud.
Cuando mejor Ud. mastique e insalive los alimentos, más intensa será la sensación de gusto que recibirá de los mismos, lo que no solo le satisfacerá más, sino que también estará formando un bolo alimenticio convenientemente preparado para que se efectúe con mayor facilidad y rapidez la digestión gástrica. Y mayor será la cantidad de sustancias nutritivas y termogénicas que  sus órganos digestivos podrán extraer.
Siendo la saliva al momento de masticar mucho más activa por su alto contenido en Ptialina que la secretada en otras circunstancias.
Constituyendo un acto contrario a la salud el de masticar goma de mascar u otros productos  ya que agotan las glándulas salivales al tiempo que reducen su concentración de ptialina con el consecuente deterioro del proceso explicado.
La acción de la saliva no termina en la boca. Prosigue durante la digestión estomacal hasta que el quimo está lo bastante ácido para detener la actividad de la ptialina. La ptialina recobra su actividad en la digestión intestinal.
Todo lo que debilite la formación y actividad de la ptialina va en desmedro de este
Importante proceso. El habito de masticar hojas de coca, el de fumar tabaco, marihuana, consumo inmoderado de café, té, mate, vinagre y fuertes condimentos, se mencionan como responsables.

Digestión Gástrica y digestión intestinal

Así como mediante la perfecta digestión bucal se protege al estómago, así también la completa digestión gástrica, protege al intestino, pues las investigaciones han demostrado que la digestión intestinal y  la subsiguiente absorción no pueden efectuarse normal y provechosamente si el quimo no viene perfectamente elaborado del estómago, de la propia suerte que no se podrá formar un quimo homogéneo si no viene preparado el bolo alimenticio de la digestión bucal.
Vemos, pues, que boca, estómago e intestino delgado son tres eslabones indisolublemente unidos de la cadena de la función digestiva.

Los actos funcionales del estómago son principalmente seis, a saber:
1°. Servir de depósito.
2°. Reducir a quimo el bolo alimenticio.
3°. Esterilizar parcialmente las materias reducidas.
4°. Regular la temperatura del quimo.
5°. Absorber ligeramente algo de quimo.
6°. Establecer un equilibrio osmótico entre el quimo y la sangre.
La palabra almuerzo  proviene del árabe y significa el bocado. Se debe de entender en el sentido de nunca cargar demasiado el estómago, pues la abundancia trae dificultades mecánicas por el peso inducido.
Además, se inutilizan algunos constituyentes de los alimentos a causa de que los tejidos no pueden  asimilárselos. Sabemos por fisiología que la capacidad del estómago humano varía notablemente según el individuo y aun en el mismo individuo según la etapa de la vida.
Por término medio puede calcularse que en el estómago cabe cómodamente, sin violenta dilatación, un kilogramo de materia sólida o en papilla.
En cuanto a líquidos puede contener hasta un par de litros.
Se desperdicia mayor cantidad de constituyentes nutritivos cuando se come mucho de una sola vez, que cuando se distribuye la cotidiana ración en diversas porciones de cantidad y tiempo.
La segunda función del estómago es reducir a quimo  el bolo alimenticio que le proporcionó la digestión bucal. Esta reducción se efectúa por la doble influencia del jugo gástrico y del mecánico movimiento de batidora que efectúa el estómago. Es notable la analogía entre la digestión bucal y la digestión estomacal.
En la bucal hemos visto dos actos simultáneos: uno químico, el de la saliva, y otro mecánico, el de la masticación. En la digestión estomacal vemos asimismo dos actos simultáneos: uno químico, el del jugo gástrico; y otro mecánico, el movimiento peristáltico de las paredes del estómago, que obran como una enorme mandíbula  sin dentadura.
Antiguamente se creía que la secreción del jugo gástrico estaba provocada por el estímulo que el bolo alimenticio ejercía en la mucosa estomacal; pero  desde las experiencias de Pawlow se demostró que no hay tal cosa, sino que los factores estimulantes son  de índole psíquica y química, pero no mecánica.
El factor psíquico está íntimamente relacionado con las sensaciones de apetito y hambre. No es fácil definir exactamente estas dos sensaciones aunque pudiéramos decir que el apetito es el deseo  y el hambre la necesidad  de alimento.
La sensación de placer o de expectación de un placer acompaña siempre al apetito, mientras que más bien es penosa la sensación de hambre. El apetito se relaciona más particularmente con el estómago y tiene su asiento en la corteza cerebral. El hambre pareciera estar relacionada con las necesidades nutritivas de los tejidos.
Los experimentos muestran que el apetito es el más poderoso excitante de la secreción del jugo gástrico. La vista, el olor  y aun el recuerdo de un manjar agradable, si hay apetito, hacen afluir la saliva a la boca y sin el más leve estímulo mecánico provocan la secreción del jugo gástrico, cuyo flujo puede durar hasta cuatro horas.
Muy importante en la dietética es la consideración de la saciedad, sinónima de hartura o satisfecha, cuando el organismo, más prudente en su subconciencia que el individuo en su conciencia, avisa que ya no puede más.
De un hartazgo arriesga derivar una indigestión y de la indigestión un ataque cerebral, según las condiciones que fisiológicas en que se halle a la sazón el organismo. La persistencia de estas malas prácticas acarrea no solo un riesgo directo a la salud sino que desarrollan un hábito que lleva a la obesidad, enfermedad que engloba una multiplicidad de enfermedades asociadas.
Tener presente el aforismo  según el cual: “no se vive de lo que se come sino de lo que se digiere”, y así es que por mucho que coma el individuo, solo tomará y se asimilará lo que verdaderamente necesite. Otro peligro lo constituye la dilatación del estómago, cuyas fibras sufren extremas tensiones al contener la víscera mayor volumen del que consiste el límite de elasticidad.
El factor químico de la secreción de los jugos gástricos depende de los constituyentes químicos de los alimentos; pero el estímulo químico no es general, sino específico, de modo, y esto es lo admirable, que cada constituyente provoca en el jugo gástrico la preponderancia de los ingredientes que requiere su particular digestión.
Así, la carne provoca la secreción de un jugo gástrico muy abundante, pero escaso en fermentos, mientras que el pan excita escasa cantidad de jugo gástrico, pero muy concentrado y abundante en fermentos; la leche provoca moderada cantidad de jugo gástrico de débil potencia digestiva, pues no la requiere mayor.
Esta capacidad específica de los alimentos para provocar la secreción de jugo gástrico en las condiciones mejor adecuadas a su propia digestión tiene la ventaja de establecer hábitos digestivos que explican la dificultad de pasar repentinamente de uno a otro régimen dietético.
Por ejemplo  una persona que está habituada a alimentarse de frutas y verduras crudas y leche, su estómago se habitúa a la secreción de un jugo con un poder digestivo suficiente a estos alimentos. Si de pronto se altera la dieta con otro tipo de alimentos, tardará algún tiempo en modificarse en sentido apropiado la secreción de jugo gástrico, y, entretanto, puede sobrevenir la dispepsia. Todo esto especialmente si se está habituado a consumir alimentos saludables y se pasa a otros no saludables.
Pawlow demostró que si se altera la dieta de un animal, se observa que los fermentos del jugo gástrico se van acomodando cada día más y más a la nueva dieta. Si, por ejemplo, se le dan a un perro durante algunas semanas pan y leche exclusivamente, y después se cambia esta dieta por la de carne, que contiene mucha proteína y escaso almidón, se observa un progresivo aumento de fermentos proteicos en los jugos gástricos y pancreático, de suerte que la aptitud para digerir proteínas va aumentando, al paso que disminuye la capacidad de digerir la fécula.
Esta adaptación es más rápida en unos animales que en otros, y cuando se retarda la adaptación sobrevienen trastornos digestivos.
Las grasas restringen la secreción de los jugos gástricos, aunque vallan acompañadas de otros manjares; y ésta es una de las razones de que los alimentos grasos sean de tan difícil digestión, y porqué la leche descremada es más digestible que la entera.
La cantidad de ácido clorhídrico contenido en el jugo gástrico depende de la mayor o menos abundancia de la secreción, y varía constantemente en un mismo individuo. Siendo la causa más común de esta variación el tipo de alimento que se ingiere. Los individuos de régimen híper cárneo tienen el jugo gástrico más ácido que los vegetarianos. Las personas nerviosas también lo incrementan.
La cantidad de ácido clorhídrico presente en el estómago aumenta gradualmente durante las tres cuartas partes del período de la digestión estomacal, y desciende rápidamente durante la última parte del período. El descenso de la acidez se atribuye a la secreción de un jugo débilmente alcalino de la parte piló rica del estómago o a la regurgitación en el interior de  esta víscera de parte del contenido intestinal.
El ácido clorhídrico del primer aflujo de jugo gástrico queda por las bases de los carbonatos y lactatos contenidos en los alimentos, y una vez saturadas estas bases queda libre el resto de ácido clorhídrico del jugo gástrico fluyente. El preciso momento en que esto ocurre depende de la cantidad de alimento existente en el estómago y de la proporción de proteínas que contenga.
En cuanto a la digestión estomacal de la fécula no transformada en la digestión bucal, no cabe duda de que la tialina queda rápidamente destruida por el ácido clorhídrico libre, y la presencia de proteínas en el alimento es favorable a la digestión de la fécula en el estómago.
En los individuos sanos y normalmente constituidos, la digestión estomacal se efectúa subconscientemente, sin que el individuo se dé cuenta; pero si hay trastornos gástricos, la digestión estomacal es penosa a causa de estar desordenada la función motora del estómago, o por la anormal condición de la membrana mucosa, ya sea por extraña sensibilidad a la total acidez del contenido o tan solo a la del ácido clorhídrico libre.
El desorden motor es más frecuente cuando hay úlcera o cáncer en el estómago, y la hipersensibilidad de la acidez aumenta cuando hay hiperestesia de los nervios de la membrana mucosa.
En el caso de causar dolor la total acidez, se agrava esta condición por los alimentos abundantes en proteínas, como la carne, pero si solo causa dolor la acidez libre, convienen los alimentos abundantes en proteínas, porque retardan la aparición del ácido libre.
Así se comprende que los individuos aquejados de una úlcera en el estómago noten recrudecimiento del dolor después de comer carne y que el dolor se mitiga al tomar leche, porque este líquido no sólo neutraliza mucho ácido con las bases que contiene, sino que provoca una moderada secreción de jugo gástrico de muy débil acidez.
En cuanto a los movimientos del estómago se distinguen señaladamente los de la parte del cardias (junto al esófago) y los de la parte del píloro (junto al intestino delgado). Ambos extremos son distintos anatómicamente. El extremo cardíaco o cardias secreta a la par pepsina y ácido clorhídrico, mientras que el extremo pilórico  solo secreta pepsina. El cardíaco tiene escaso poder motor. El pilórico lo tiene intenso. Las dos zonas o porciones del estómago están separadas por una banda muscular que actúa como un esfínter ante pilórico, situado a variable distancia del píloro. Esta banda no se detecta en el cadáver sino tan solo en el organismo vivo. Gracias a este esfínter puede el estómago dar salida a la parte de quimo ya dispuesta a la digestión intestinal y retener la que todavía ha de recibir complementaria acción del jugo gástrico.
La actividad de los movimientos peristálticos del estómago depende en parte de la temperatura de los alimentos ingeridos y en parte de su índole química. El contacto puramente mecánico parece influir muy poco en tales movimientos. Los manjares calientes acrecientan la frecuencia y vigor de la perístasis estomacal e intensifican la acidez del contenido, y por esto son más vigorosos los movimientos a medida que prosigue la digestión.
El lapso transcurrido desde la deglución del bolo alimenticio hasta la primera abertura del píloro, depende principalmente de la consistencia de los alimentos y de la temperatura y reacción digestiva.
El agua y los líquidos no coagulables que no tengan mucha materia sólida en suspensión salen muy pronto del estómago. Así 200 centímetros cúbicos de agua, en un persona sana, solo permanecen hora y media en el estómago, y el mismo tiempo tardan en salir las infusiones y bebidas alcohólicas.
Las infusiones calientes permanecen en el estómago más tiempo que las frías. El agua bien oxigenada (agua de manantial) sale del estómago más pronto que la no aireada o sea aquella guardada en botellas. En cuanto a los alimentos sólidos, su digestibilidad depende más bien de la consistencia que de la calidad. La permanencia de los alimentos sólidos en el estómago no está en relación directa de la cantidad. En el caso de la carne, la adicción de 50 gramos solo prolonga una hora el tiempo requerido para la completa digestión.
Seis veces la cantidad original de carne de vaca solo requiere tres veces más de tiempo para la digestión; y en los fluidos la cantidad original puede quintuplicarse mientras sólo es necesario doblar el tiempo original.
También tiene importancia la composición química de los alimentos.
Los hidratos de carbono comienzan a salir del estómago diez minutos después de la ingestión y al cabo de dos horas ya han pasado al intestino. Las grasas permanecen largo tiempo en el estómago y su descarga es muy lenta.
Lo mismo sucede con las proteínas. Entre los alimentos vegetales la digestibilidad depende de su consistencia y de la cantidad de materias sólidas que contiene.
Así las papas asadas son mas hervidas y éstas más que las fritas. El pan tostado es más digestible que el del horno, y la coliflor en la verdura más digestible.
Otra de las funciones del estómago consiste en la parcial esterilización del bolo alimenticio por la antiséptica acción del ácido clorhídrico del jugo gástrico, aunque esta acción no es muy poderosa y algunos microorganismos la resisten, especialmente los que producen ácidos y otros gérmenes patógenos, como el bacilo de la tuberculosis.
El esterilizante poder del estómago varía machismo según el período de digestión y la índole de los alimentos. Lega al punto máximo al finalizar la digestión, cuando está libre el ácido clorhídrico, y es mucho menor al comienzo de la digestión, cuando el ácido clorhídrico está en forma combinada.
Los alimentos abundantes en proteínas disminuyen notablemente las propiedades antisépticas del jugo digestivo a causa de que fijan el ácido clorhídrico.
Otra importante función del estómago es la de regular la temperatura de lo ingerido.  En este sentido es un protector del intestino que es más sensible a las altas temperaturas. Por ejemplo, cuando inadvertidamente se bebe un trago de un líquido muy caliente, quedaría nocivamente afectado el intestino si lo recibiera con la misma temperatura; pero el estómago lo atempera y evita el daño.
La temperatura ideal de los alimentos es de 37° C., la misma que la del cuerpo.
Las temperaturas extremas deben evitarse porque exceden a la potencia reguladora del estómago... Los límites más seguros son de 10° C a 55° C. Los efectos locales de las temperaturas extremas en el estómago son tan nocivos en frío como en caliente.
La temperatura del agua apropiada para apagar la sed es la de 10° C a 45° C.
Deben evitarse los helados porque provocan dispepsias, cardialgias y dilatación del estómago. La ingesta de bebida fría estando acalorado arriesga provocar por reflejo una congestión pulmonar.
En cuanto al poder absorbente del estómago es casi insignificante y denota una providencial previsión para proteger al organismo, porque neutraliza o elimina las sustancias nocivas antes de que puedan entrar en la sangre.
Las glándulas gástricas no secretan el jugo gástrico en completa formación bioquímica. Se cumple en ellas la ley económica de la división del trabajo, y unas secretan los fermentos pepsina, cuajo y lipasa, otras moco, otras ácido clorhídrico y otras un líquido seroso que sirve de diluyente para regular la acidez y actividad digestiva del jugo gástrico.
Se cree generalmente que este jugo se secreta durante la digestión estomacal, pero hoy sabemos que la secreción es tan continua como la de la saliva, aunque mucho menos ácida que durante la digestión y en menor cantidad.

Sin embargo, no hay secreción gástrica en la gastritis y durante la fiebre.
La inquietud de ánimo y la fatiga mental entorpecen la digestión gástrica.
Las grasas mezcladas con los demás alimentos disminuye la cantidad de jugo gástrico cuyo más poderoso estimulante es una hormona llamada gastrina, que se forma por el contacto del jugo con las proteínas.
El ácido clorhídrico del jugo gástrico es mucho más activo que el de los laboratorios. Los alimentos de procedencia animal determinan mayor grado de acidez que los alimentos vegetales.
La pepsina es un fermento cuya latente actividad despierta al ponerse en contacto con el ácido clorhídrico. Cuando la acidez gástrica es excesiva disminuye la actividad de la pepsina, y lo mismo sucede cuando hay bilis en el estómago.
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La pepsina no prosigue actuando en la digestión intestinal porque la destruye la tripsina, fermento propio del jugo pancreático.
La lipasa contenida en el jugo gástrico es un fermento cuya acción se ejerce principalmente sobre las grasas emulsiona das como la leche, la yema del huevo y la manteca. El cuajo, llamado también fermento LAB o renet sirve para cuajar la leche.
Los experimentos de Carlson han demostrado que los licores amargos, en vez de aumentar la secreción del jugo gástrico como es creencia general, la disminuyen.
El jugo pancreático tiene una composición bioquímica que participa de la naturaleza de la saliva y la del jugo gástrico. Contiene cuatro fermentos: la tripsina, que digiere las proteínas; la lipasa que saponifica las grasas; la amilasa que convierte la dextrina en maltosa; el cuajo que coagula la leche. Los ácidos estimulan la secreción del jugo pancreático. También la estimulan los álcalis, pero tan solo en cantidad o volumen, pues aminoran su actividad, y lo mismo hace el ácido clorhídrico.
La tripsina o fermento del jugo pancreático complementario de la pepsina, tampoco es activo en el momento de la secreción. Necesita ponerse en contacto con la bilis para cobrar actividad.
La amilasa del jugo pancreático es mucho más activa  que la tialina de la saliva y es capaz de digerir fécula cruda. De aquí que toda fécula y almidón de los alimentos, todos los hidratos de carbono se digieran sin dejar residuos en las heces, lo cual es un inconveniente, porque el colon necesita algo de azúcar para provocar la formación de ácido láctico e impedir el desarrollo de bacteria pútrida.

El régimen crudívoro, sin las exageraciones de los extremistas, tiene por fundamento esta circunstancia, pues los vegetales feculentos ingeridos en crudo, dejan siempre algo de azúcar en los intestinos gruesos. Lo mismo sucede cuando se comen los cereales a medio cocer.
La hiperclorhidria entorpece la actividad de la amilasa y de la tripsina del jugo pancreático cuya secreción disminuye notablemente en los diabéticos. El jugo intestinal contiene cinco fermentos: la erepsina, que completa la digestión de la proteína; el cuajo que coagula la leche; la maltasa, que convierte la maltosa en dextrosa; la lactasa que convierte la lactosa en glucosa; la sucrasa, que convierte la sacarosa en invertosa, y la entero cinasa que intensifica la actividad de la tripsina.
La válvula ileocecal puede considerarse como un segundo píloro, porque se mantiene cerrada mientras dura la digestión y absorción intestinal, y se abre para dar paso a los desechos, y vuelve a cerrarse a fin de que no retrocedan al intestino delgado las materias fecales.
Al pasar estas materias al intestino ciego a través de la válvula ileocecal, contienen las nueve décimas parte de agua, de las que las dos tercera partes quedan  absorbidas en el ciego, de modo que si no hay diarrea, pasan al colon en consistencia unas veces pastosas, otras duras y en ocasiones casi pétreas según la índole de los alimentos y las circunstancias en que se ha desenvuelto el proceso de la digestión. El colon se mueve peristálticamente o sea contrayéndose y dilatándose alternativamente para empujar las materias fecales hacia el recto.

Cuando las heces son duras y la perístasis del colon  es débil, sobreviene el estreñimiento, cuyo más grave peligro está en que por la excesiva permanencia de las heces en el colon, se pudren y la mucosa absorbe los productos pútridos que intoxican la sangre.

DR. JUAN CARLOS SCHURIG TERRAF
 TUCUMAN
 ARGENTINA
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